Las manos detrás del barro
Esta aventura empezó años antes de que fuera consciente de ello. Andaba en una aldea guaraní en Brasil y me topé con una viajera muy particular. Mientras el grupo hablaba, ella se quedaba embobada con las manos metidas en el limo a la orilla del río, sin notar que la observaba. Estaba totalmente absorta, en paz. Sentí envídia.
Antes de separarnos, y que cada una siguiera su camino, me hizo un regalo. Era un colgante de cerámica, pequeño, en tonos verdes y con una diminuta línea serpenteante.
-¿Qué es? - le pregunté.
-Para cada persona es diferente,- me respondió- pero para mi es Kundalini, la serpiente enroscada del primer chakra, que nos conecta con la tierra, y nos enraiza al mundo.
Y así fue. Ese amuleto me acompaño cuando no había nadie más, haciéndome sentir parte de algo, e intrigándome cada día.
¿Cómo podía ser un simple pedacito de barro se conviertiese en algo así? ¿Por qué el fuego, que arrasa y destruye casi todo lo que toca, transformaba algo frágil y común en algo tan resiliente y bonito? ¿De dónde salían esos colores?
Volví a Madrid, a casa, a la rutina que me había visto crecer, y aunque quise resistirme, estas cábalas fueron quedando relegadas en mi mente tras cosas más urgentes. Estudios, trabajo, futuro. No hay tiempo para la observación en mitad del mundanal ruido.
Llegó 2020 como una jarra de agua fria y, con todo lo malo que trajo, de repente me permitió parar. Encerrada en casa sin nada importante, ni urgente, ni útil que hacer, recordé aquel pequeño trocito de barro cocido.
Y así me compré mi primer torno y nació oficialmente esta aventura. Al principio torneaba en el baño, porque madre mía que lío se monta. Me cansé y despejé un trocito del garaje de mi madre (ojo que para mí fue un notición, eso ya era un taller en toda regla). Aprendiendo de forma autodidacta, con mucho ensayo y mucho error, fui avanzando en la técnica y conociendo los entresijos de este mundillo tan extenso (con más ensayo y aun más error). Hubo muchos momentos de duda, de sentir que estaba tirando el tiempo, que no era lo suficientemente buena, que debería retomar las cosas serias, pero cada vez que metia las manos en el barro y lo hacía girar entre mis dedos, era como volver a estar en ese río con el agua corriendo entre las manos y las preocupaciones lejos.
Mi logo es una hojita y un pájaro, haciendo referencia al nombre que escogí para este proyecto: Sámara. Para los que no lo sepáis, una sámara es un tipo de fruto, una semilla con unas pequeñas alitas que le permiten dispersarse con el viento. Pertenece a lo profundo de la tierra pero vuela incansable surcando los cielos. La naturaleza es sencillamente alucinante
Hoy estoy muy orgullosa de decir que tengo mi casita, con mi taller (por fin con ventanas, juhuuu!) e incluso un pequeño espacio para dar clases e intentar facilitarle el camino a personitas que no sepan o no quieran emprenderlo solas.
Por supuesto, el orgullo no es solo mío, ya que hay una lista muy larga de personas que me han ayudado, apoyado y aguantado, y sin las que esto no sería posible. Entre ellas estas tú. Con tus compras, tus clases o simplemente tu difusión, haces que este proyecto pueda seguir adelante.
Gracias por estar ahí.